martes, 15 de marzo de 2011

Gonzalo Cañas y Don Cristóbal Polichinela

(Gonzalo Cañas en su apartamento de la calle San Roque)

He tenido la suerte estos días de ver y charlar largamente con Gonzalo Cañas, un viejo amigo titiritero de Madrid al que conozco desde finales de los setenta y con el que he mantenido siempre cordialísimas relaciones. Recuerdo que en el año 80 nos invitó a actuar en la Sala Lavapiés en el marco de un magnífico festival de títeres organizado por él mismo. Más tarde, cuando abrimos el Teatro Malic, presentó allí su espectáculo “El Toro Ibérico”, en el que Cañas salía al escenario vestido de torero. En los años ochenta hasta bien entrados los noventa, solíamos actuar en Madrid prácticamente cada año, ya fuera en el teatrillo del Retiro que dirigía Paco Porras, o en alguna de las salas o municipios de la capital. Y se convirtió en una costumbre visitar a Cañas en su apartamento de la calle San Roque, no sin antes compartir con él un buen cocido madrileño en el Bocho, una popular taberna que todavía hoy continúa impertérrita en la mencionada calle.
Le expliqué mis Rutas de Polichinela y los motivos de mi estancia en Madrid, y rápidamente entró Cañas en materia, al ser éste un tema muy suyo, por el que ha dado muchas horas de su vida.
- Tenemos un problema con Don Cristóbal Polichinela: no sabemos nada o casi nada de él. Se lo contaba a Adolfo Ayuso y estuvimos discutiendo la cuestión sin llegar a demasiadas conclusiones. Por ejemplo, ¿cuándo y cómo surgió el personaje? Sabemos que en Andalucía estaban los Cristobitas, títeres de guante populares que compartían semejantes características con los polichinelas italianos. Conocemos incluso a un titiritero, Juan Misa. Era Cristobita un personaje positivo en el sentido de pobre y justiciero, con el que podían identificarse los espectadores de la calle. ¿Pero cuándo y por qué de pronto sube de categoría, recibe nombre propio, se le antepone el Don, se le califica de Polichinela y se convierte en un personaje rico, tenebroso, impresentable y muy odiado? Algo que sucedió en algún momento a finales del XVIII. Fíjate que el nombre de Don Cristóbal Polichinela ya aparece en un escrito de Jovellanos, en el que carga contra el teatro callejero malhablado y pendenciero de los títeres. Yo tengo mi propia teoría sobre el asunto…
Absorto escucho las palabras de Cañas, que tan bien retratan y sitúan al personaje sobre el que precisamente quiero hablar en mi capítulo sobre Madrid. Pues bien conocida es la ortodoxia titiritera sobre el nombre principal que toma Polichinela en España: el de Don Cristóbal, aunque luego nadie se haya detenido a pensar, salvo Cañas y otros estudiosos como Adolfo Ayuso o tal vez el mismísimo Porras, el por qué aquí se convierte en un personaje tan negativo –aunque Lorca lo trate siempre con un cierto cariño. Habría que añadir que si bien es cierto que el Punch inglés y en cierta medida el Polichinelle francés gozan de atributos poco edificantes, no por ello dejan de ser personajes “positivos” en el sentido de ser objetos de proyección del pueblo llano y callejero, que ve en él a alguien semejante, sin pelos en la lengua y buen repartidor generoso de estacazos justicieros.

(La Boda, cuadro de Goya)
- Mi teoría parte de una figura muy importante entonces en España, que encontramos en los grabados y en algunas pinturas de Goya, así como en numerosas obras teatrales: la figura del indiano, el nuevo rico que llega prepotente, inculto y grosero de América, invierte su dinero en propiedades y compra una mujer joven con la que casarse. El cuadro de Goya La Boda es una perfecta ilustración del mismo: gordinflón, cara de cerdito, labios carnosos y prominentes, con muchos lacitos en el cuello, y que parece ser objeto de burlas y habladurías por parte de la concurrencia. La que es o será su mujer, camina por delante de él, muy tranquila y dueña de si misma, pues seguramente sabe muy bien lo que hace al casarse con un ricachón sin renunciar a los amantes, como los dos jóvenes que en un segundo plano miran la escena con murmuraciones, tal vez rabiosos y sin duda maquinando estrategias futuras. Este indiano, para mi, es ya Don Cristóbal, y encarna al personaje que acabaría transformándose en el Polichinela tal como lo mostró Lorca y tal como la tradición nos lo ha dejado.

(Pulcinella enamorado, de Giandomenico Tiepolo)
Contemplo el cuadro del que habla Cañas, y comprendo perfectamente lo que quiere decir. Es curioso que por la misma época, Giandomenico Tiépolo en Venecia tome la figura de Pulcinella para exponer en sus grabados, frescos y pinturas su visión pesimista y decadente de la Serenísima. También allí a finales del XVIII actuaban los titiriteros en la Plaza de San Marcos con un Pulcinella vulgar y soez que irritaba a los moralistas y divertía a la canalla. Sin embargo, la visión del personaje que nos retrata Tiépolo habla más de su decadencia que de su maldad. Para el veneciano, Pulcinella era un símbolo del final de la República y cuando retrata a los venecianos, los viste a todos de blanco como Polichinelas, con sus sombreros largos, sus jorobas siniestras, sus máscaras negras y sus narices prominentes. Hay crítica y desdén pero también piedad y compasión en su mirada.
España es demasiado negra para visiones tan sofisticadas: la decadencia del Imperio es apabullante, y la ruina social y moral del país, indisimulable. Las pinturas negras de Goya enlazan además con una tradición ibérica de raíces medievales, que pasa por La Celestina y Lope de Rueda, cruza Cervantes y toda la novela picaresca, se tiñe de tintes oscuros durante el barroco, se alambica retóricamente con Quevedo y estalla visualmente en la obra de Goya. Polichinela, como ocurre con todos sus primos en Europa, se metamorfosea de distinto modo según el contexto, y adquiere en España una tonalidad oscura, satírica y popular. Nace el Don Cristóbal Polichinela, personaje aún más negro que el difamado Punch inglés. Éste, al lado del español, no es más que una caricatura, cruel y maligna, pero en cierto modo simpática. A Don Cristóbal, en cambio, no hay quién lo salve. Y si despierta simpatías, es porque todos los títeres, por siniestros e impresentables que sean, acaban recabando nuestra gracia e indulto: su exagerada caricaturización nos provoca la carcajada. Así ocurre con la sátira de lo hiperbólico y lo grotesco. ¿No es acaso el impresentable personaje de Torrente inventado por Santiago Segura una especie de moderno Polichinela tan inmundo como popular y querido lo es por su público? O como el Ubú de Jarry, este egoico psicópata e insufrible.
Continúa Cañas exponiendo su teoría del Don Cristóbal:
(Federico García Lorca)
- Fíjate en el Polichinela de Lorca: según la genealogía del personaje que nos presenta el poeta en el prólogo al “Retablillo de Don Cristóbal”, éste es un don nadie que se hace rico tras hacerse pasar por médico y quedarse con el dinero del enfermo tras dejarlo patitieso. A partir de aquí, sus maldades y ruindades son un cúmulo que no se detiene hasta que el mismo Polichinela acaba reventando…. Y no cabe duda que Lorca se inspiró en la tradición popular del personaje, aunque él luego le diera forma propia.
Tiene razón Cañas. Y lo curioso del caso es que a pesar de tanta maldad, el mismo Lorca emplee expresiones de simpatía hacia el personaje, como si por el hecho de ser un títere, fuera normal extralimitarse en las pasiones y los deseos más deleznables. Pero el poeta, en boca del Director, sólo tiene dulces palabras para su personaje: “Las malas palabras adquieren ingenuidad y frescura dichas por muñecos que miman el encanto de esta viejísima farsa rural. Llenemos el teatro de espigas frescas, debajo de las cuales vayan palabrotas que luchen en la escena con el tedio y la vulgaridad a que la tenemos condenada, y saludemos hoy en «La Tarumba» a don Cristóbal el andaluz, primo del Bululú gallego y cuñado de la tía Norica, de Cádiz; hermano de Monsieur Guiñol, de París, y tío de don Arlequín, de Bérgamo, como a uno de los personajes donde sigue pura la vieja esencia del teatro.”
Toda una lección de dramaturgia titiritera la que despliega Lorca en sus prólogos y epílogos. Un lenguaje que permite este tipo de personificación teatral capaz de gozar poéticamente de lo grostesco sin rasgarse las vestiduras.
También Valle-Inclán bebió de la misma fuente y tiró del mismo filón, aunque él lo llevara todavía más lejos, creando un género propio, el Esperpento, que establece el recurso a lo grotesco como método básico de deformación y denuncia de la realidad. Y mientras Lorca poetiza lo grotesco, sin eliminarlo pero con el cariño de su visión dulce e inspirada, Valle-Inclán lo exagera hasta el absurdo y el disparate, sin jamás perder su carga tenebrosa y profudamente dramática.
Pero volvamos a Cañas y a su teoría del Don Cristóbal:

(Jacinto Benavente)
- No sólo Lorca recurre a Polichinela. El personaje, tal como yo lo veo, aparece en muchas obras importantes del teatro español. De entrada, en “Los intereses creados”, de Jacinto Benavente, estrenada precisamente en el Teatro Lara en 1907, aquí al lado.
En efecto, el Teatro Lara se encuentra en la Carretera Baja de San Pablo, muy cerca de la calle San Roque dónde nos encontramos. Allí se estrenó “Los intereses creados” en el año 1907, con tal éxito que al acabar la representación, Benavente fue llevado en hombros como un torero hasta su domicilio.
- En “Los intereses creados” de Jacinto Benavente –continúa Cañas–, Polichinela es un viejo truhán convertido en el hombre más rico de la ciudad y padre de la hermosa Silvia, a la que se verá obligado a ceder atrapado por las redes del pícaro Crispín. Parece haberse inspirado aquí el autor en el Polichinelle francés, personaje comodín capaz de encarnar los papeles más ruínes y grotescos, y al que Benavente no tiene reparos en identificar con la típica figura española del viejo nuevo rico, padre en este caso de una hija hermosa y enamorada, de la que pensaba sacar buena tajada, pero a la que debe renunciar atrapado por la astucia de Crispín y el enamoramiento de los jóvenes Leandro y la misma Silvia.
Muy acertada la observación de Cañas al citar esta obra clave de quién fue flamante autor español y Premio Nobel de Literatura en 1922, quién define “Los intereses creados” como “…una farsa quiñolesca, de asunto disparatado, sin realidad alguna.” Y continúa Benavente diciendo en su prólogo: “Pronto veréis cómo cuanto en ella sucede no pudo suceder nunca, que sus personajes no son ni semejan hombres y mujeres, sino muñecos o fantoches de cartón y trapo, con groseros hilos, visibles a poca luz y al más corto de vista.” Una obra pues de títeres escrita para actores, algo que será una constante en muchos autores.
- Pero no sólo Benavente. También Alejandro Casona en “Cornudo, apaleado y contento” trata el tema del viejo marido al que su mujer engaña con saña, Alfonso Rodríguez Castelao (1886- 1950) lo hace en “Os velhos non deben enamorarse” (estrenada en 1941), y en la zarzuela “Los gavilanes” de Javinto Guerrero con texto de José Ramos Martín, el indiano que regresa rico pretende casarse con la hija de quién fue su amada antes de partir. Un tema, como ves, muy presente en el teatro español, y que los títeres no hacen más que recoger y desarrollar a su manera, es decir, llevándolo a su máxima exageración.
Habría que añadir aquí la obra de Molière “El cornudo imaginario” estrenada en 1660, una afortunada comedia cuya temática llega a Valle-Inclán y a sus “Cuernos de Don Friolera”, obra para nosotros capital para explicar la relación de este autor con la estética de los títeres. Y tantas otras del teatro clásico español, lo que no hace más que reforzar la teoría de Gonzalo Cañas sobre el arraigamiento del personaje de Polichinela en esa tradición secular del viejo rico, grotesco y enamorado.
Una verdadera lección de titiritismo es la que nos regala Cañas con su teoría, a la que humildemente no puedo más que sumarme. Una teoría que nos habla de títeres pero también de psicología y de historia de un país, España, siempre tan dado a las tonalidades oscuras.

(Ramón del Valle-Inclán)
Tocaría hablar ahora de Valle-Inclán y del Bululú, una temática compleja y de un extraordinario interés respecto al asunto despachado aquí. Temática que tocaremos en próximas entregas.

3 comentarios:

  1. He hablado y me he escrito con Gonzalo Cañas en varias ocasiones. Y en varias de las varias hemos hablado del polichinela español, Don Cristóbal. En ellas se mezclaban las lujurias y prepotencias de los indianos, Goya y sus dibujos caprichosos, muchas cosas. Gonzalo es un lujo, un tipo tan extraordinario como Porras, como Pepe Otal, ... y, a la vez, ¡tan diferente!

    En España, sobre el XVIII, se suele llamar a Polichinela "Purichinela", "Pruchinela", "Pulichinela" y otros nombres parecidos. Tan proteico y cambiante como su nombre es su carácter. Aunque siempre va a conservar el arquetipo italiano de Pulcinella o el francés de Polichinelle: un hombre del pueblo que se va a aprovechar de la estupidez de los poderosos sean nobles, abogados, jueces, caseros, médicos o policías, para esquilmarlos o machacarlos con su estaca. Algo que siempre hemos querido hacer el pueblo llano y que solo lo hacemos de viento a viento cuando soplan huracanes revolucionarios. Cuando no tenemos el coraje de hacerlo, al menos, nos gusta verlo en un escenario.

    Tras la Ilustración y los ilustrados, que meten a los títeres en el saco de la España Negra (y por eso Jovellanos arremete contra ellos), llegarán los románticos que se van a entusiasmar con ellos. En toda Europa van a surgir títeres que son variaciones nacionales o regionales del viejo y ya decrépito Polichinela. Van a nacer sobre finales del XVIII y principios del XIX y seguirán naciendo durante todo ese siglo. Guignol en Lyon, Lafleur en Bélgica, Petruhska en Rusia, Kasperl y Hanswurth en centroeuropa, Perot y luego Pericu en Cataluña, y en Italia mil diferentes: Gioppino, Fagiolino, Facanapa, Tartaglia, etc.

    En España, y sobre todo en Andalucía y la zona centro, una de las variantes de Polichinela, va a ser la de Don Cristóbal. Efectivamente, Toni y Gonzalo, ese "Don" es indicativo de que pertenecía a un cierto estatus social. El cómo había llegado a ese estatus, es otra cuestión. Puede llegar robando a enfermos haciéndose pasar por médico o robando de otras cien formas en América. Una de las posibles variantes, pues, es que bajo esa figura se caricaturice al indiano, al español que ha hecho las "américas" y regresa a la madre patria tan inculto y soez como partió pero mucho más adinerado y con la prepotencia de que todo puede ser comprado. El indiano típico compra o construye lujosas y, muchas veces, ridículas mansiones y bellas señoritas. Goya en su Capricho 14, titulado "Qué sacrificio!" traza un espléndido retrato del comprador de doncellas. Es pequeño, jorobado y con una gran nariz. ¿Os suena?

    En resumen, ese Don Cristóbal es una variante más de cien Cristobalones diferentes, pero que debió de disfrutar en España de un público entusiasmado con los cuernos que inmediatamente le ponía la doncella, no tan doncella como él suponía. El pueblo se representaba en ella y su amante o amantes. Y se revolcaba con la idiotez del rufián enriquecido. Cada titiritero, además, le proporcionaba unas especiales características al personaje, tanto en su construcción como en su carácter.


    Mis felicitaciones a Toni Rumbau y a Gonzalo Cañas por sacar a flote las conversaciones. Por querer iniciar conversación y debate. Son pasos necesarios, absolutamente necesarios, para que el ancestral arte de los títeres sea considerado por los mandarines de la cultura española como algo que va más allá de la bagatela y del entretenimiento infantil.
    ¡Hablad, hablad, malditos!, que todos sacaremos provecho de esto.

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  2. ¡Gracias, Adolfo, por tu largo comentario! Voy a tomar buena nota de todo lo que cuentas, y un día me deberás explicar "todo lo que aquí no cuentas". Ya sabes que espero con impaciencia tu libro sobre los títeres en España. Espero que salga antes de acabar mi libro de Rutas de Polichinela.

    Me doy cuenta que en Goya hay más cosas de lo que pensamos... He visto el grabado "Qué sacrificio!" y ciertamente es un Polichinela a la española...

    ¡Gracias de nuevo por tu comentario y aportaciones!

    Toni

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  3. La verdad es que me enorgullece ser amigo vuestro. Me siento pequeñito pero muy feliz de que me deis la oportunidad de compartir tanta reflexión, estudio y conocimiento como el que mostráis los tres.
    Yo siempre he estado fascinado por la sabiduría titiritera de Gonzalo, la generosidad de Adolfo y tu constancia y persistencia, Toni.
    Gracias por regalarnos vuestro trabajo

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